El 11 de septiembre de 2001 trabajaba en Madrid, en una bocacalle del Paseo de las Acacias, donde hacia las 10 de la mañana más o menos fuimos a tomar el café. Allí vimos en la televisión imágenes de lo que estaba sucediendo en Nueva York, todavía no se habían caído las torres.
Todos intuíamos que nada sería igual a partir de ese momento, con los Estados Unidos elevando los niveles de seguridad a algo inimaginable en todo el mundo.
En octubre de 2008 tuve la ocasión de viajar a Nueva York, las medidas de seguridad, seguramente estrictas, no se notaban demasiado, entramos sin dificultad en el aeropuerto y sin retrasos, aunque es cierto que al volver me registraron la maleta, rompiendo el candado, luego dejaron un papelito explicando que la ley les permitía hacerlo.
Se podría pensar que el mundo en 10 años habría podido cambiar a mejor, como resultado de toda la lucha contra el terrorismo internacional que finalmente terminó utilizándose como pretexto para hacer casi cualquier cosa (como sucedió en
Guantánamo).
Después de este atentado llegaron los de
Madrid y
Londres, mientras escribo me entero que en Egipto
han asaltado la Embajada de Israel en respuesta a la muerte de unos policías egipcios, hace poco surgieron
tensiones entre Turquía e Israel por el informe de la ONU sobre el asalto en 2010 de un barco que intentaba llevar ayuda humanitaria a Gaza y en el que murieron varias personas (de nacionalidad turca).
El resentimiento contra la política de USA (en parte debido a su apoyo casi incondicional a Israel) tampoco ha cambiado mucho en el mundo Árabe. Las revueltas que se producen ahora, que parece que son vientos de libertad, más bien parecen respuestas a las dictaduras de estos países, dictaduras que las potencias occidentales han utilizado a menudo a su favor. No se sabe nada de las intenciones de los futuros nuevos dirigentes.
Hace tres años decía que con la llegada de Obama al poder tal vez había razones para el optimismo. Hoy día la crisis económica está golpeando de tal forma, también a USA, que da la impresión de que el mundo es algo peor que hace unos años, pero puede ser una impresión demasiado afectada por la situación actual.
La mejor forma de evitar fanatismos será reducir la pobreza y desigualdades en estos países, lo que no parece que vaya a ser fácil a corto plazo.