Fahrenheit 451 (fotografía Pezibear, pixabay) |
Título: Fahrenheit 451
Año: 1966
Temática:Ciencia Ficción
Trama: En una sociedad distópica, donde los libros están prohibidos por el bien de los ciudadanos, a uno de ellos le entra la duda...
Director: François Truffaut
- Temática:9
- Guión: 9
- Desarrollo: 8
- Interés:10
- Intérpretes: 7
- Nota: 9/10
Fahrenheit 451
- Guión: 9
- Desarrollo: 8
- Interés:10
- Intérpretes: 7
- Nota: 9/10
Fahrenheit 451
Hace poco hablaba de la cita que encabeza el libro de Ray Bradbury Fahrenheit 451en el que se basa la película y a la que Truffaut da un toque especial.
Se trata de una película visionaria, propia de la ciencia ficción de calidad, e incide sobre problemas que siguen afectando a nuestra sociedad. La falta de valores, programas de televisión huecos, la falta de madurez. La inactividad manifiesta de una sociedad aletargada e indolente, que no quiere problemas. No reconocemos que la esencia misma de nuestro desarrollo, lo que nos ha permitido llegar a altas cotas de conocimiento es la inquietud, la curiosidad, el deseo de saber, la capacidad crítica.
Todos hemos estudiado humanidades. La invención de la imprenta por Gutemberg significó una revolución al permitir la transmisión masiva del conocimiento a través de los libros. Internet ha provocado una revolución similar. Y todo ello ha originado siempre el deseo de controlar ese flujo de información.
En el mundo extraño que nos presenta la película, los bomberos ya no tienen que apagar fuegos (las casas son incombustibles), ahora hacen piras de libros; son los representantes del poder que vela por el bien de los "súbditos", para que no tengan problemas ni piensen demasiado. El poder apaga la llama creativa - la esencia del progreso de una sociedad -, con fuego.
Todo lo malo, representado por las ideas, debe ser erradicado por el bien de la sociedad, el leitmotiv de cualquier dictadura (alguien decide, con unos cuantos acólitos, lo que es bueno para todos).
En la sociedad de Fahrenheit 451, "la dictadura" se ha impuesto por la desidia de la ciudadanía. Los estudios de historia y humanidades se fueron dejando ("...hacía 40 años, cuando los últimos centros de humanidades tuvieron que cerrar a causa de los pocos alumnos y la falta de apoyo económico"). No servían para nada. Cada vez la gente leía menos, así se llegó a la conclusión de que debía prescindirse de los libros.
La gente está bien sin problemas. Les proporcionamos todo a cambio de que no piensen. Y todo es: el entretenimiento basado en el sexo y la televisión de programas basura e información sesgada. Y la película es del año 1966 (en la que además podemos ver pantallas planas similares a las de ahora).
En el libro y en película se deja entrever que el gobierno dispone a discreción de los hombres para la guerra u otros menesteres pero que no informa de nada. La información está controlada. Es una auténtica pesadilla vista desde fuera, desde nuestros propios ojos.
Como no podía ser menos, hay antisociales (llámalos subversivos, traidores, comunistas de la época) que esconden y leen libros. No colaboran. Hay que quemarlos. Los libros y, si es menester, también a sus lectores.
En la primera batida que vemos, los ociosos bomberos encuentran una biblioteca y comienzan con el donoso escrutinio, al igual que el barbero y el cura de Don Quijote. De hecho, el primer libro que va hacia la pila es El Quijote. Un homenaje extraordinario de Truffaut a nuestra cultura, ideal para esta entrada que se publica en el día del libro, 400 años después de la muerte de Cervantes. Y la película se cierra también con la mención, en castellano, de Dulcinea del Toboso. No es la única muestra de nuestra cultura en la película.
En Fahrenheit 451, a diferencia de Don Quijote (que salvó entre otros al Tirant lo Blanch), no se libra ningún libro de la quema.
¿Cómo resolver el problema que plantea la película? Los antisociales huyen, las autoridades los dan por desaparecidos o se inventan historias para mantener a la gente tranquila.
Los huídos acaban en un punto de encuentro, donde leen y aprenden de memoria los libros. Se transforman en gente-libro y se llaman como el libro que han aprendido. La tétrica película desemboca en un paraíso de humanidad, donde todo se recuerda, se memoriza. El posible comienzo de una nueva era, como empezó en los albores de la historia, con la transmisión consuetudinaria del conocimiento (generación a generación) que estudiamos hace muchos años en las lecciones de humanidades.
Ignoro si ahora estudiarán estas cosas las nuevas generaciones o si algún día no lejano dejarán de hacerlo. No concibo que dejen de estudiarse las humanidades, esenciales para comprender quienes somos y mejorar nuestra capacidad crítica.
No puedo evitar la referencia: hemos votado en diciembre de 2015 a unos políticos para que hicieran su trabajo. Depositamos un papel en una urna aquel día. Ese ha sido nuestro enorme esfuerzo. Para qué pensar más. Ya piensan los políticos por nosotros. Seis meses después nos van a obligar a ir a las urnas otra vez porque han sido incapaces de hacer su trabajo. Pero nos da igual, es decir, no vamos a hacer ni exigir nada. Y lo saben.
Fahrenheit 451Una película enorme, un magnífico libro. Leedlo antes de que llegue el coco.
Se trata de una película visionaria, propia de la ciencia ficción de calidad, e incide sobre problemas que siguen afectando a nuestra sociedad. La falta de valores, programas de televisión huecos, la falta de madurez. La inactividad manifiesta de una sociedad aletargada e indolente, que no quiere problemas. No reconocemos que la esencia misma de nuestro desarrollo, lo que nos ha permitido llegar a altas cotas de conocimiento es la inquietud, la curiosidad, el deseo de saber, la capacidad crítica.
Todos hemos estudiado humanidades. La invención de la imprenta por Gutemberg significó una revolución al permitir la transmisión masiva del conocimiento a través de los libros. Internet ha provocado una revolución similar. Y todo ello ha originado siempre el deseo de controlar ese flujo de información.
En el mundo extraño que nos presenta la película, los bomberos ya no tienen que apagar fuegos (las casas son incombustibles), ahora hacen piras de libros; son los representantes del poder que vela por el bien de los "súbditos", para que no tengan problemas ni piensen demasiado. El poder apaga la llama creativa - la esencia del progreso de una sociedad -, con fuego.
Todo lo malo, representado por las ideas, debe ser erradicado por el bien de la sociedad, el leitmotiv de cualquier dictadura (alguien decide, con unos cuantos acólitos, lo que es bueno para todos).
En la sociedad de Fahrenheit 451, "la dictadura" se ha impuesto por la desidia de la ciudadanía. Los estudios de historia y humanidades se fueron dejando ("...hacía 40 años, cuando los últimos centros de humanidades tuvieron que cerrar a causa de los pocos alumnos y la falta de apoyo económico"). No servían para nada. Cada vez la gente leía menos, así se llegó a la conclusión de que debía prescindirse de los libros.
La gente está bien sin problemas. Les proporcionamos todo a cambio de que no piensen. Y todo es: el entretenimiento basado en el sexo y la televisión de programas basura e información sesgada. Y la película es del año 1966 (en la que además podemos ver pantallas planas similares a las de ahora).
En el libro y en película se deja entrever que el gobierno dispone a discreción de los hombres para la guerra u otros menesteres pero que no informa de nada. La información está controlada. Es una auténtica pesadilla vista desde fuera, desde nuestros propios ojos.
Como no podía ser menos, hay antisociales (llámalos subversivos, traidores, comunistas de la época) que esconden y leen libros. No colaboran. Hay que quemarlos. Los libros y, si es menester, también a sus lectores.
En la primera batida que vemos, los ociosos bomberos encuentran una biblioteca y comienzan con el donoso escrutinio, al igual que el barbero y el cura de Don Quijote. De hecho, el primer libro que va hacia la pila es El Quijote. Un homenaje extraordinario de Truffaut a nuestra cultura, ideal para esta entrada que se publica en el día del libro, 400 años después de la muerte de Cervantes. Y la película se cierra también con la mención, en castellano, de Dulcinea del Toboso. No es la única muestra de nuestra cultura en la película.
En Fahrenheit 451, a diferencia de Don Quijote (que salvó entre otros al Tirant lo Blanch), no se libra ningún libro de la quema.
¿Cómo resolver el problema que plantea la película? Los antisociales huyen, las autoridades los dan por desaparecidos o se inventan historias para mantener a la gente tranquila.
Los huídos acaban en un punto de encuentro, donde leen y aprenden de memoria los libros. Se transforman en gente-libro y se llaman como el libro que han aprendido. La tétrica película desemboca en un paraíso de humanidad, donde todo se recuerda, se memoriza. El posible comienzo de una nueva era, como empezó en los albores de la historia, con la transmisión consuetudinaria del conocimiento (generación a generación) que estudiamos hace muchos años en las lecciones de humanidades.
Ignoro si ahora estudiarán estas cosas las nuevas generaciones o si algún día no lejano dejarán de hacerlo. No concibo que dejen de estudiarse las humanidades, esenciales para comprender quienes somos y mejorar nuestra capacidad crítica.
No puedo evitar la referencia: hemos votado en diciembre de 2015 a unos políticos para que hicieran su trabajo. Depositamos un papel en una urna aquel día. Ese ha sido nuestro enorme esfuerzo. Para qué pensar más. Ya piensan los políticos por nosotros. Seis meses después nos van a obligar a ir a las urnas otra vez porque han sido incapaces de hacer su trabajo. Pero nos da igual, es decir, no vamos a hacer ni exigir nada. Y lo saben.
Fahrenheit 451Una película enorme, un magnífico libro. Leedlo antes de que llegue el coco.