Carmen nos habla acerca de "Demolition" (Marc Vallée, 2015). Coincidimos en que es una excelente película.
El hombre anestesiado: la identidad líquida (kira, pixabay) |
El hombre anestesiado: la identidad líquida. Por Carmen.
“El mundo liquido de las identidades líquidas, el mundo en el que terminar rápidamente, pasar a otra cosa, y comenzar de nuevo es el nombre del juego."
Zygmunt Bauman, de su libro Identidad
"De pronto, todo se está convirtiendo en una metáfora" dice Davis, el protagonista de "Demolition", poco después de perder a su mujer en un accidente.
Y en efecto, la película misma es una gran metáfora que iremos descubriendo a la par que lo hace Davis.
Al principio del film, alguien le pregunta: "¿La echas de menos?". Él responde: "Estoy intentando hacerlo".
Poco después, en el funeral, ensaya sin éxito cómo llorar frente a un espejo. Siente esa demanda social. Hay que llorar porque acaba de perder a su mujer. No es que él no lo sienta. El caso (lo peor del caso) es que él no sabe si lo siente porque hace tiempo que dejó de sentir.
Tras una charla con su jefe-suegro se dice: "No más zanjas imaginarias". Decide salir de esa cápsula laboral, de esa mala metáfora que son algunos trabajos, de esa entidad financiera donde todo brilla, donde no hay nada material, que pueda tocarse; "sólo números que un ordenador procesa" y empieza a trabajar con sus manos, con cosas materiales, para recuperar la realidad perdida. Decide volver al origen, decide destruir el núcleo de aislamiento, las comodidades que le separan de la vida, su zona de confort.
Por eso emprende la búsqueda de lo que quede de él, si es que algo queda tras aniquilar todos los objetos que le han propiciado una existencia anestesiada.
Y uno se pregunta si Davis está intentando cambiar de identidad o más bien tratando de averiguar si la tuvo alguna vez. Probablemente estaba tan aturdido por una existencia en exceso confortable, en exceso fácil, como para quedarse a solas consigo mismo y preguntarse por ello.
Con ecos de "Her" (Spike Jonze), logra inicialmente confesarle a una máquina de vending (y a la cálida voz de su representante) su desconcierto.
-¿Tiene alguien con quien hablar?"- le preguntan al otro lado del teléfono.
Él mira su reflejo en un electrodoméstico de la cocina y parece preguntarse si conoce al extraño que tiene delante.
Es posible ver ecos de "Fahrenheit 451" en esta realidad irreal, en este mundo de sentimientos predeterminados por la sociedad, que condicionan al individuo y a menudo le impiden reconocer sus propios sentimientos, que pueden ser muy distintos de los "socialmente deseables", provocándole una mezcla de culpa y angustia.
El modo en que Jake (Davis) trata de apartar la telaraña que le separa de sí mismo y por tanto también de los demás compone el retrato del hombre anestesiado por el exceso de confort, que de pronto recibe una sacudida y comprende que no se reconoce a sí mismo.
La película plasma con eficacia esa modernidad líquida de la que habla Bauman y las identidades frágiles que la habitan. La anestesia en la que nos sumerge el confort que dan el dinero y las tecnologías.
"La bohème" de Aznavour acompaña el movimiento del carrusel restaurado por una buena causa. Otra metáfora. Es lo único material que reconstruye este Gyllenhall (Davis), que se pasa casi dos horas destruyendo muros, electrodomésticos (con especial saña), mobiliario, cristales, pisos enteros, empezando por el suyo.
Era preciso recuperar lo sueños para empezar a ser alguien. Era preciso reconciliarse con la nostalgia para volver a vivir.
"Os hablo de un tiempo que los menores de 20 años no pueden conocer... La bohemia: éramos jóvenes, estábamos locos. Con el estómago vacío, no dejábamos de creer.. Y todos teníamos talento...Hacía falta amarse y amar la vida. Vivíamos del aire del tiempo....del que ya no queda nada." ("La bohème" Aznavour)